Sus costumbres
Al llegar a la Ciudad de los Amantes
y pasear por sus calles, nadie podría decir que sus habitantes son diferentes a
los de cualquier otra ciudad.
Por las mañanas, el primer sonido que acompaña al sol es el de los camiones que se encargan de volver a colocar las calles desmontadas la noche anterior y de dejarlas listas y bonitas para el día que acaba de empezar. Algo más tarde, las madres y los padres corren y cruzan las calles desesperadamente para cumplir la hazaña de dejar a sus hijos en los jardines de infancia, niñez y adolescencia, donde aprenderán a disfrutar del periodo que les está tocando vivir y, más adelante, a prepararse para el siguiente. Una vez que el futuro de la Ciudad está a salvo en sus jardines, el presente se pone en marcha y los autobuses, los tranvías y las bicicletas se multiplican para facilitar esta labor. Entonces, al terminar el primer café despertador en la cafetería de la esquina, la Ciudad aparece completamente despierta con gente por todas partes.
Los Amantes son altos y bajos; rubios, castaños, morenos y pelirrojos; gordos y delgados; blancos, rojos, negros, azules y amarillos; o también morados, verdes, marrones y rosas como resultado de la mezcla de los anteriores. Al verlos moverse por la Ciudad es prácticamente imposible decir qué los diferencia del resto de habitantes del planeta; es observándolos en el desarrollo de sus actividades cotidianas cuando su diferencia se hace patente. Así pues, en muchos de los ámbitos de la Ciudad, así como en muchas de las actividades que los Amantes realizan, con un poco de observación se pueden distinguir diferentes tendencias en la práctica o utilización de recursos que se corresponde con los tres grupos de Amantes. La individualidad y particularidad de cada Amante, por ser algo más personal que social, no se desvelará en este estudio, ciñéndose el mismo al comportamiento general de cada uno de los grupos sin olvidar que muchos de los Amantes no se identificarían con estas caracterizaciones.
Por las mañanas, el primer sonido que acompaña al sol es el de los camiones que se encargan de volver a colocar las calles desmontadas la noche anterior y de dejarlas listas y bonitas para el día que acaba de empezar. Algo más tarde, las madres y los padres corren y cruzan las calles desesperadamente para cumplir la hazaña de dejar a sus hijos en los jardines de infancia, niñez y adolescencia, donde aprenderán a disfrutar del periodo que les está tocando vivir y, más adelante, a prepararse para el siguiente. Una vez que el futuro de la Ciudad está a salvo en sus jardines, el presente se pone en marcha y los autobuses, los tranvías y las bicicletas se multiplican para facilitar esta labor. Entonces, al terminar el primer café despertador en la cafetería de la esquina, la Ciudad aparece completamente despierta con gente por todas partes.
Los Amantes son altos y bajos; rubios, castaños, morenos y pelirrojos; gordos y delgados; blancos, rojos, negros, azules y amarillos; o también morados, verdes, marrones y rosas como resultado de la mezcla de los anteriores. Al verlos moverse por la Ciudad es prácticamente imposible decir qué los diferencia del resto de habitantes del planeta; es observándolos en el desarrollo de sus actividades cotidianas cuando su diferencia se hace patente. Así pues, en muchos de los ámbitos de la Ciudad, así como en muchas de las actividades que los Amantes realizan, con un poco de observación se pueden distinguir diferentes tendencias en la práctica o utilización de recursos que se corresponde con los tres grupos de Amantes. La individualidad y particularidad de cada Amante, por ser algo más personal que social, no se desvelará en este estudio, ciñéndose el mismo al comportamiento general de cada uno de los grupos sin olvidar que muchos de los Amantes no se identificarían con estas caracterizaciones.