Las tardes
Las tardes, en la Ciudad de los Amantes,
son como unas segundas mañanas ya que la siesta es un ritual sagrado seguido
por la mayoría de la población.
Cada habitante tiene sus manías hacia la forma de echar la siesta o la duración de ésta, así que no en pocas ocasiones las parejas suelen aprovechar este rato para dormir en soledad, echarse algo de menos mutuamente y, si la añoranza se acerca demasiado al sufrimiento, saltar de la propia cama o del sofá para interrumpir la siesta de la pareja. Ésta, por las paradojas del amor, se alegra de que la despierten antes de que su tiempo de descanso haya concluido.
Para los Amantes que no trabajan, el tiempo de la tarde es el que cada persona se dedica a sí misma. El ayuntamiento, para amenizar este rato de ocio, organiza en las tardes soleadas diferentes actividades callejeras de participación u observación tales como programas de radio o talleres de estiramiento enfocados a conseguir una danza más suelta. Los grupos de teatro aprovechan también estas tardes para salir a las plazas a ensayar y a practicar la improvisación con la ayuda de los paseantes. Estas actividades, por especiales, son un motor importante en la formación de parejas.
En las tardes lluviosas, las actividades callejeras se resguardan en grandes pabellones y la asistencia de público decae considerablemente. La lluvia es un elemento adorado en la Ciudad y cuando hace acto de presencia sus habitantes salen a la calle con sus paraguas a pasear por los barrios antiguos o, si no tienen paraguas, a esperar que alguien los saque a pasear en las paradas de los peatones mojados. Las paradas, situadas debajo de los grandes balcones de los edificios más emblemáticos de la Ciudad, se reconocen fácilmente por el paraguas abierto que marca el inicio de las ordenadas colas divididas según las zonas de destino. Allí esperan los peatones mojados a que algún Amante con paraguas que tenga ganas de conversación o su misma dirección les ofrezca compartir un pequeño espacio de menos de un metro cuadrado. Cuando el camino de los paseantes se bifurca, el acompañante se baja del paraguas y espera en otra parada a que otro Amante le ayude a concluir su camino.
Estos paseos han sido, son y serán, un regalo para la mayoría de los solteros de la Ciudad.
Cada habitante tiene sus manías hacia la forma de echar la siesta o la duración de ésta, así que no en pocas ocasiones las parejas suelen aprovechar este rato para dormir en soledad, echarse algo de menos mutuamente y, si la añoranza se acerca demasiado al sufrimiento, saltar de la propia cama o del sofá para interrumpir la siesta de la pareja. Ésta, por las paradojas del amor, se alegra de que la despierten antes de que su tiempo de descanso haya concluido.
Para los Amantes que no trabajan, el tiempo de la tarde es el que cada persona se dedica a sí misma. El ayuntamiento, para amenizar este rato de ocio, organiza en las tardes soleadas diferentes actividades callejeras de participación u observación tales como programas de radio o talleres de estiramiento enfocados a conseguir una danza más suelta. Los grupos de teatro aprovechan también estas tardes para salir a las plazas a ensayar y a practicar la improvisación con la ayuda de los paseantes. Estas actividades, por especiales, son un motor importante en la formación de parejas.
En las tardes lluviosas, las actividades callejeras se resguardan en grandes pabellones y la asistencia de público decae considerablemente. La lluvia es un elemento adorado en la Ciudad y cuando hace acto de presencia sus habitantes salen a la calle con sus paraguas a pasear por los barrios antiguos o, si no tienen paraguas, a esperar que alguien los saque a pasear en las paradas de los peatones mojados. Las paradas, situadas debajo de los grandes balcones de los edificios más emblemáticos de la Ciudad, se reconocen fácilmente por el paraguas abierto que marca el inicio de las ordenadas colas divididas según las zonas de destino. Allí esperan los peatones mojados a que algún Amante con paraguas que tenga ganas de conversación o su misma dirección les ofrezca compartir un pequeño espacio de menos de un metro cuadrado. Cuando el camino de los paseantes se bifurca, el acompañante se baja del paraguas y espera en otra parada a que otro Amante le ayude a concluir su camino.
Estos paseos han sido, son y serán, un regalo para la mayoría de los solteros de la Ciudad.