Las noches
Al pasear por las noches de la
Ciudad de los Amantes, pueden verse salir de sus ventanas diferentes colores y
tonalidades de luces que encienden la imaginación del paseante.
De algunas ventanas se escapa una luz intensa acompañada de un leve murmullo. Numerosas sombras movedizas y alborotadas se dejan observar con claridad a través de estas ventanas: son las protagonistas de las noches pre-amantes de los solteros. En el transcurso de la noche, las sombras van desapareciendo poco a poco, siguiendo un estricto orden y, como casi siempre ocurre al llegar a ser dos, la luz decide marcharse ruborizada por lo que comienza a ver. Los Amantes tienen la oscuridad asegurada.
En otras ventanas las luces son menos intensas pero lo suficientemente claras para poder distinguir gracias a ellas una silueta bailarina y juguetona que, según se sitúe, se separa en dos o se une en una constante danza. Esta tímida luz nos permite ver a las instrucciones del baile que van y vienen apresuradas por las habitaciones, a las sábanas que subiendo y bajando acompañan a los Amantes en el baile siempre al ritmo de su respiración y a las mantas que, descansando tranquilamente en el suelo, hacen la función de espectadoras. Desde fuera para el paseante es difícil distinguir el número de cuerpos que conforman la silueta; desde dentro, para los Amantes flechados la confusión es la misma.
Es normal encontrar a niños casi adolescentes observando este espectáculo en la calle reunidos en pequeños grupos e intentando averiguar por qué, esas dos sombras, no paran de juntarse y separarse en toda la noche. En estas noches de escapadas los niños empiezan a conocer las primeras reglas de los juegos de amor.
En el resto de ventanas no hay luces artificiales. En ellas, la claridad nocturna entra a trabajar para ofrecer a los que quieren conocerse el matiz de luz que ellos requieren, el que en lugar de iluminación ofrece reflejos. Son miles los reflejos que ven los Amantes del conocimiento en la penumbra de sus noches gastándolas en descubrir cuales de ellos son ciertos y cuales no, entre ombligos temblorosos, rodillas inquietas y manos voladoras. Su método preferido de investigación es palpar, a ciegas, hasta encontrar el tesoro y ver si era el que esperaban.
Cuando el paseante hace su segunda ronda, después de que el barrendero se haya quitado los zapatos y de que los obreros hayan terminado su café despertador; cuando los chavales ya se han marchado a soñar con sus futuras danzas; cuando los Amantes duermen después del amor y el sol busca las llaves para salir de casa, no hay forma posible de diferenciar a los que sueñan abrazados.
De algunas ventanas se escapa una luz intensa acompañada de un leve murmullo. Numerosas sombras movedizas y alborotadas se dejan observar con claridad a través de estas ventanas: son las protagonistas de las noches pre-amantes de los solteros. En el transcurso de la noche, las sombras van desapareciendo poco a poco, siguiendo un estricto orden y, como casi siempre ocurre al llegar a ser dos, la luz decide marcharse ruborizada por lo que comienza a ver. Los Amantes tienen la oscuridad asegurada.
En otras ventanas las luces son menos intensas pero lo suficientemente claras para poder distinguir gracias a ellas una silueta bailarina y juguetona que, según se sitúe, se separa en dos o se une en una constante danza. Esta tímida luz nos permite ver a las instrucciones del baile que van y vienen apresuradas por las habitaciones, a las sábanas que subiendo y bajando acompañan a los Amantes en el baile siempre al ritmo de su respiración y a las mantas que, descansando tranquilamente en el suelo, hacen la función de espectadoras. Desde fuera para el paseante es difícil distinguir el número de cuerpos que conforman la silueta; desde dentro, para los Amantes flechados la confusión es la misma.
Es normal encontrar a niños casi adolescentes observando este espectáculo en la calle reunidos en pequeños grupos e intentando averiguar por qué, esas dos sombras, no paran de juntarse y separarse en toda la noche. En estas noches de escapadas los niños empiezan a conocer las primeras reglas de los juegos de amor.
En el resto de ventanas no hay luces artificiales. En ellas, la claridad nocturna entra a trabajar para ofrecer a los que quieren conocerse el matiz de luz que ellos requieren, el que en lugar de iluminación ofrece reflejos. Son miles los reflejos que ven los Amantes del conocimiento en la penumbra de sus noches gastándolas en descubrir cuales de ellos son ciertos y cuales no, entre ombligos temblorosos, rodillas inquietas y manos voladoras. Su método preferido de investigación es palpar, a ciegas, hasta encontrar el tesoro y ver si era el que esperaban.
Cuando el paseante hace su segunda ronda, después de que el barrendero se haya quitado los zapatos y de que los obreros hayan terminado su café despertador; cuando los chavales ya se han marchado a soñar con sus futuras danzas; cuando los Amantes duermen después del amor y el sol busca las llaves para salir de casa, no hay forma posible de diferenciar a los que sueñan abrazados.