Las mañanas
Por
las mañanas, la luz del sol, avisada por la luna de la ajetreada noche, entra
de una en una ten odas las casas de la Ciudad de los Amantes.
Le cuesta empezar, como a cualquier trabajador, y todas las mañanas se enfrenta al mismo dilema: diferenciar a los Amantes para despertar a cada uno a la hora adecuada.
Primero entra en las casas de los Amantes flechados. Los distingue porque anoche se olvidaron de apagar la débil luz al terminar la función. Cuando el sol entra, ellos no notan su presencia y este instantáneamente se ruboriza sin dejar de asombrarse de lo que ve cada día. En este momento los primeros claros rayos del sol se tiñen de rojo vergüenza y los sonámbulos leen en ellos, cual crónicas de amor, que esta noche pasada dos Amantes flechazos han vuelto a danzar.
La ronda continúa por las casas de los solteros quienes, con la tranquilidad que da haber alcanzado la meta esperada, se despiertan y disfrutan con los rayos naranjas del regalo de la mañana: un desayuno compartido.
Para terminar el primer ejercicio del día, el sol entra en las casas de los Amantes del conocimiento, poco a poco, muy despacio, tímidamente, casi obligado por la brisa, porque realmente le da pena despertar a los que por trabajo y vocación han estado cultivando el amor hasta altas horas de la madrugada.
Le cuesta empezar, como a cualquier trabajador, y todas las mañanas se enfrenta al mismo dilema: diferenciar a los Amantes para despertar a cada uno a la hora adecuada.
Primero entra en las casas de los Amantes flechados. Los distingue porque anoche se olvidaron de apagar la débil luz al terminar la función. Cuando el sol entra, ellos no notan su presencia y este instantáneamente se ruboriza sin dejar de asombrarse de lo que ve cada día. En este momento los primeros claros rayos del sol se tiñen de rojo vergüenza y los sonámbulos leen en ellos, cual crónicas de amor, que esta noche pasada dos Amantes flechazos han vuelto a danzar.
La ronda continúa por las casas de los solteros quienes, con la tranquilidad que da haber alcanzado la meta esperada, se despiertan y disfrutan con los rayos naranjas del regalo de la mañana: un desayuno compartido.
Para terminar el primer ejercicio del día, el sol entra en las casas de los Amantes del conocimiento, poco a poco, muy despacio, tímidamente, casi obligado por la brisa, porque realmente le da pena despertar a los que por trabajo y vocación han estado cultivando el amor hasta altas horas de la madrugada.