La calidad de vida
En la Ciudad de los Amantes el nivel de vida es un
complejo teórico al que no muchos Amantes prestan atención, aunque todos tienen
muy claro como controlarlo para hacer siempre pie en él y no ahogarse en su
nado.
Son muy numerosos los factores que influyen en su cálculo y a pesar de que son muy pocos los Amantes que participan de este entramado, es la gran mayoría de ellos la que participa en su equilibrio. Así, es preocupación casi local que las calles estén limpias y bien situadas por la mañana para no confundir los caminos de los tranvías con los de los ciclistas o los de los peatones; que las aguas acumuladas sigan existiendo y que las aguas de los mares sean para los peces tan buenas casas como las propias para los Amantes; que el aire siga siendo el postre más rico y deseado por todos, y las nubes, la posibilidad de cualquier cosa; que las frutas, verduras, carnes, lácteos y cereales no confundan su sabor a no ser por decisión propia del Amante cocinero que decide confundirlos o debido a su mala mano; que los paseos por la ciudad a cualquier hora no den oscuras sorpresas y que la participación local siga dando claras sorpresas; que los únicos números que diferencien el fin de mes y el principio sean los del calendario y los del termómetro y, sobre todo, que todos los habitantes y residentes de la ciudad tengan siempre cerca alguien a quien abrirle una puerta y darle la bienvenida.
Son muy numerosos los factores que influyen en su cálculo y a pesar de que son muy pocos los Amantes que participan de este entramado, es la gran mayoría de ellos la que participa en su equilibrio. Así, es preocupación casi local que las calles estén limpias y bien situadas por la mañana para no confundir los caminos de los tranvías con los de los ciclistas o los de los peatones; que las aguas acumuladas sigan existiendo y que las aguas de los mares sean para los peces tan buenas casas como las propias para los Amantes; que el aire siga siendo el postre más rico y deseado por todos, y las nubes, la posibilidad de cualquier cosa; que las frutas, verduras, carnes, lácteos y cereales no confundan su sabor a no ser por decisión propia del Amante cocinero que decide confundirlos o debido a su mala mano; que los paseos por la ciudad a cualquier hora no den oscuras sorpresas y que la participación local siga dando claras sorpresas; que los únicos números que diferencien el fin de mes y el principio sean los del calendario y los del termómetro y, sobre todo, que todos los habitantes y residentes de la ciudad tengan siempre cerca alguien a quien abrirle una puerta y darle la bienvenida.